Si hay una palabra que haya definido a la sexagésima octava edición del Festival de Eurovisión, ha sido sin duda alguna la palabra incomodidad. Esta edición no solo ha sido incómoda para los seguidores del certamen, sino también para los propios artistas que han competido en este Eurovisión 2024. El Festival, lejos de ser un espacio seguro, ha puesto en peligro la seguridad tanto de los seguidores del certamen como de los artistas participantes. Es por ello que desde la organización se deberían haber planteado ciertas medidas para no impedir a los artistas que disfruten de la experiencia de subirse encima de uno de los escenarios más grandes del mundo con una audiencia potencial de casi 200 millones de personas.
En esta edición, la mitad de las delegaciones han mostrado cierta incomodidad por las decisiones tomadas por la Unión Europea de Radiodifusión (UER) y, en especial, por la participación de Israel en el Festival de Eurovisión 2024. A pesar de que las consignas sociales contra la participación de Israel en el certamen no supone ninguna novedad, el consenso entre las delegaciones participantes se ha difuminado por completo este año. Más allá de los posicionamientos ideológicos que cada uno tenga, es innegable el trato desigual que ha tenido la UER entre la delegación israelí y el resto de delegaciones.
En los últimos años, la UER ha intentado ir acallando a los periodistas desplazados hasta las sedes de los festivales. Desde que Martin Österdahl accedió al puesto de supervisor ejecutivo de Eurovisión en 2021, los periodistas han sido privados de ver el primer y el segundo ensayo de los países. Tampoco se pueden hacer directos desde la sala de prensa, y mucho menos monetizar por ellos. Este año, la UER ha dado un paso más yendo a por los creadores de contenido, a quienes se les ha prohibido reaccionar en las galas dentro del estadio, a pesar de que habían pagado su entrada.
Bambie Thug y Joost Klein han sido los rostros visibles de la oposición a las decisiones tomadas por la UER. Incluso al segundo le descalificaron por grabarle sin su consentimiento nueve horas antes de la Gran Final de Eurovisión 2024. Y es que en el centro de todas estas decisiones tomadas por la organización reside el principio de no llevar la contraria a la UER. Todas las decisiones lideradas en la administración Österdahl están enfocadas a no tener ninguna voz que critique sus decisiones. De ahí, que siga sin dar ninguna explicación a día de hoy de una decisión que ha sido cuestionada por la mayoría de fans del certamen: la participación de Israel en Eurovisión.
A Israel se le ha permitido todo en esta edición. Desde que se le persuada por parte de la organización para que no responda a las preguntas de los periodistas acreditados hasta que periodistas israelíes acosen a artistas y periodistas de Eurovisión que les lleven la contraria. Aplaudo al periodista que preguntó a la representante de Israel si no creía que su presencia en Eurovisión 2024 ponía en peligro al resto de sus compañeros y aun así, Israel contó con la ayuda de Jovan Radomir, moderador de la rueda de prensa, que sugería a la representante de Israel no contestar ante la pregunta del periodista.
No nos equivoquemos, Israel sí puso en peligro la seguridad del resto de participantes y la UER lo ha reconocido al no publicar los horarios de entrada y salida de la delegación israelí del Malmö Arena. La participación de Israel obligaba a los enviados especiales de las propias delegaciones a no poder hacer sus coberturas desde la puerta del hotel en el que se alojaban las propias delegaciones. Todo ello, por no mencionar la publicación en redes sociales de los acosos a miembros del equipo artístico de Joost Klein en la zona de delegaciones y al periodista español Juanma Fernández en el propio Malmö Arena.
Lo peor de estos acontecimientos era la completa pasividad de la UER. A pesar de la publicación en redes sociales de los acosos de los propios periodistas israelíes, la UER no reaccionó en ningún momento. Ante las amenazas de abandono de Bambie Thug, la UER tan solo mandó un comunicado a los periodistas israelíes pidiendo respeto al resto de delegaciones. En ningún momento, se contempló la retirada de la acreditación a estos periodistas ni tampoco el problema de raíz: la participación de Israel del Festival de Eurovisión. Al contrario, al que se penalizó fue al representante neerlandés supuestamente por una actitud amenazadora hacia una miembro de la producción.
Österdahl tan solo se puede salvar en una sola cosa. El contrato de patrocinador con la empresa israelí Moroccanoil, que ha funcionado como grupo de presión para que Israel participe a pesar del rechazo de los seguidores del certamen, fue firmado bajo el mandato de Jon Ola Sand en 2020. Este contrato contempla que la empresa israelí sea patrocinador del Festival de Eurovisión por las próximas cinco ediciones, es decir, que en 2025 (por la edición suspensa en 2020 por la pandemia) todavía tendremos a Moroccanoil como patrocinador del Festival y, por tanto, un seguro de que Israel esté presente en la competición el próximo año.
En una entrevista publicada apenas una semana antes del Festival, Österdahl afirmaba que una producción como Eurovisión era muy cara y que, por ello, se veían obligados a tener «financiación comercial». Es llamativo al menos cómo el Festival de Eurovisión, con la audiencia que congrega cada año, tenga que recurrir a una empresa ubicada fuera de Europa para sostenerse. Esperemos que el año que viene (si llega) no utilice el mismo argumento para seguir dependiendo de Moroccanoil. En Suiza, no tendrá problemas de «financiación comercial».
Es incomprensible el poder que ha ganado la delegación israelí en el Festival de Eurovisión, a la que Österdahl ha premiado este año. No solo ha logrado echar a la televisión neerlandesa de la competición, una televisión fundadora del Festival de Eurovisión, sino que también ha tenido críticas de la neutral Suiza o de Francia. Y, precisamente, el apoyo de la delegación francesa a su mensaje «por la paz» en el último ensayo general de Slimane, mismo argumento que utilizó Angelina Mango en la sala de prensa, me invita al optimismo y pensar que la etapa Österdahl está llegando a su fin.
Nunca en la historia del certamen se había abucheado a un supervisor ejecutivo de Eurovisión. Unos abucheos que impidieron al líder supremo a salir a comparecer de nuevo para verificar los resultados del televoto, ni en la rueda de prensa posterior tras la victoria de Nemo. Ni con el cuádruple empate en Madrid 1969 que derivó en la retirada de cuatro países participantes se abucheó al supervisor ejecutivo. Y es que, al parecer, ser el proclamado defensor acérrimo de la delegación israelí está encontrando mayores resistencias a que continúe como supervisor ejecutivo. Hasta un comisario griego de la Comisión Europea, ha mostrado la puerta a Österdahl por no permitir las banderas de la Unión Europea en el propio estadio de Eurovisión.
Eurovisión 2025 se enfrenta a grandes desafíos, entre ellos, hacer una votación más. Como dijo Nemo en la rueda de prensa, a Eurovisión le hacen falta algunas reparaciones. Son completamente irreales las puntuaciones otorgadas el pasado sábado hacia la propuesta israelí. Es necesario poner fin a los televotos adulterados, que también ocurrieron con Moldavia en 2021. Posiblemente, la única buena decisión que adoptó Österdahl en todo su mandato fue no dejar votar a los jurados que habían pactado los puntos en 2022, pero también se solucionó de malas maneras y formas. Poniendo un tope al televoto en 3 llamadas/mensajes como ocurre en Sanremo puede ser una solución, pero la UER aprovecha las 20 llamadas como moneda de cambio para callar a las televisiones que se embolsan grandes cantidades de dinero. Es necesario salvar Eurovisión.